martes, 12 de agosto de 2008

Memorias

Hola, supongo que si lees esto, es porque tienes cierto interés en mi pasado, o simplemente eres un cotilla, sea lo que sea tu conciencia cargará con ello. Amén de que si es lo segundo y lo descubro me haré un juego de dados con tus falanges y te sacaré los ojos, no es nada personal. Así, que harías bien en dejar la lectura aquí, para pedirme permiso. O mejor, que te cuente con mis palabras mi vida. O acaso hurgo yo en tu diario.

Me remontaré hasta mi primer recuerdo. En aquella época no era nada más que un crió revoltoso, el tercero de tres hermanos, mi padre pasó mucho tiempo fuera del hogar así que apenas recibí la necesaria disciplina. Mi hermano mayor también acompañaba a mi padre, ambos formaban parte de la guardia personal de nuestro caudillo. Un formidable orco con un ingenio solo comparable a su ateísmo. Puede que lo primero le sirviese para sobrevivir en el campo de batalla, pero si no cumples con tus tributos a los dioses puede que estos te retiren el escaso favor que te conceden. Pero eso no es lo que me ocupa ahora.

Por esas fechas yo jugaba en la plaza del pueblo con los otros críos del pueblo. No era el más fuerte, pero demostré tener una buena actitud para el estudio de los dogmas. O eso creyó oportuno el que se convirtió en mi mentor. Así se me inculcó la disciplina que mi padre no me pudo dar, que fortaleció mi carácter al igual que mi fe fortaleció mi voluntad. Así pasé gran parte de mi infancia.

Y cuando cumplí la mayoría de edad en apenas unos meses comencé a lanzar los hechizos más sencillos y a ayudar en los oficios que ejercía mi mentor. Para la llegada del invierno, cuando nuestro caudillo regresó de las campañas de verano, cargado con víveres y tesoros más que suficientes para sobrepasar el invierno, que fue de los más clementes que vio nuestra ciudad en años.

Gruumsh estaba contento con nuestras conquistas, y mi padre orgulloso del rumbo que había tomado mi vida, así que me instruyó en el uso de varias armas y armaduras, así como en el domino de la lanza. En ese momento tomé mi voto de guerra, llevando la furia y el castigo a todas esas razas que usurpan las tierras que pertenecen por derecho propio al Dios Tuerto. En ese momento comencé un duro entrenamiento para llevar mi cuerpo a la perfección. Con la disciplina aprendida, mis músculos cogieron fuerza y volumen, hasta llegar al punto de ser la perfección física de los orcos. Sería el mejor guerrero de mi señor, así como el portador de su palabra.

A mediados del invierno ya oficiaba mis propias misas y tuve el honor de ser quien casó a mi hermana con un joven cabecilla de una de las tribus conquistadas durante el verano, y anexionadas a nuestros territorios. En ese día, y sin saberlo, salvaba la vida de mi hermana destinándola a vivir lejos de su familia. El resto del invierno fue un incremento exponencial de las tablas de ejercicios y los deberes para con la iglesia.

No tardó en llegar la primavera y con el florecer de los campos lo hicieron los campamentos de guerra, un año más, los tambores de guerra resonaron por toda la cadena de montañas. Nuestro caudillo empuñó su afamada hacha y guió a su horda por los valles, su buena racha continuó durante toda la campaña de primavera, tomando para si gran cantidad de tierras, sin duda se convertiría en un gran rey orco. Entonces, El Que Nunca Descansa le dio su justo castigo por no haber sido agradecido.

Dando comienzo los problemas de abastecimiento, eso hizo que nuestro caudillo se viera forzado a ralentizar la marcha de sus conquistas. Aún así mi generación hervía por entrar en batalla, eran jóvenes, listos para la batalla, ansiosos de gloria y necesitaban un faro de fe. Así que mi mentor y yo guiamos a estos jóvenes guerreros al frente.

Al poco de nuestra llega el avance se renovó y la furia de la horda hizo temblar nuevamente los reinos vecinos. Pese a que en esta ocasión solo fui un curandero, participé en un par de refriegas de pacificación pero sin llegar a entrar en batalla. La proximidad de la lucha aceleraba mi pulso, mi bautismo de guerra estaba cerca.

Al final del verano nuestras tribus eran un reino, la comida sobraba y por muy crudo que fuese el invierno teníamos reservas para más de un año. Pero eso no era suficiente para el ansia de conquistas despertada. Así que nuestro caudillo empleo los meses de otoño para poner en jaque a las defensa de un reino élfico. Su plan consistía en aprovecharse de la mayor resistencia al frió de nuestra raza y beneficiarse de las reservas sobrantes.

El plan funcionó, hasta que a mediados de invierno se perdió un asedio crucial. Uno de sus mejores generales pereció en él, así como una gran cantidad de orcos, por no mencionar el material de asedio. Viendo esto, nuestro caudillo fue en persona, y con él, mi padre y mi hermano… aquí es donde mi padre perdió la vista… tuvo que volver a su tribu natal. Por orden de mi mentor lo acompañé hasta el hogar y cuidarlo mientras sus heridas se cerraban. Durante seis meses más, mi padre me transmitió toda su sabiduría acerca de las cuevas y las rocas. Así tome mi segundo voto, el del cavernario, conociendo hasta el mas mínimo detalle de nuestro ancestral hogar. A la primavera siguiente, mi mentor me llamó a filas, tomé el arma familiar y marché al frente de los guerreros sedientos de sangre y gloria.

El invierno había sido duro y la guerra no marchaba demasiado bien, parecía que el ojo del Tuerto miraba para otro lado y abandonaba a sus hijos. Aun así el genio del líder militar suplía tales fisuras. Además, la llegada del verano supuso otra generación de jóvenes listos para la guerra y guerreros recuperados de sus heridas. Los refuerzos, entre los que me encontraba, dieron el toque de gracia a la situación y las victorias se sucedieron hasta el último valuarte élfico, escondido en lo más profundo del bosque. Las batallas dieron paso a un juego de guerrillas, que apenas pudo ralentizar el avance de la horda. Y en el albor de la que sería la última batalla, mi mentor decidió que ese sería mi bautismo de fuego.

Había llovido durante la noche anterior y la maleza mostraba todo su esplendor, pero ni un solo animal salvaje daba muestras de vida. Yo marchaba orgulloso con mi mentor con una avanzadilla que debía cortar la retirada de los elfos. De pronto, salida de la nada, una ráfaga de sombras golpeó a ambos bandos… a día de hoy sigo sin saber qué fue lo que sucedió… sonó la orden de retirada… corrimos y corrimos, mi mentor y unos pocos decidieron cubrir nuestra retirada, ellos nos salvaron… Gruumsh los acoja en su seno… En el caos de la batalla y desnortado, me perdí, y acabé huyendo y luchando contra las sombras mano a mano con un elfo… ninguno de los dos alcanzamos a alguna de esas cosas… seguimos huyendo. Al caer la noche caímos desplomados por el cansancio.

Al amanecer, cuando recuperamos la conciencia, nos arrastramos hasta el campo de batalla, rebuscamos entre los restos. Ambos perdimos mucho aquel día, pero lo más escabroso fue descubrir que los supervivientes habían sido tomados como rehenes. El elfo y yo seguimos el rastro durante días hasta que se perdió en la nada. Allí nos separamos, prometimos buscar al otro si descubríamos algo que explicase lo que había sido eso, o de los desaparecidos. También juramos vengar a los nuestros, pese a que tuviésemos que luchar juntos otra vez. Luego busqué el templo más cercano de Gruumsh, cumplí penitencia por haber colaborado con un elfo y luego partí en busca de mi hermano desaparecido.

Por si os lo preguntáis, la última vez que vi a mi mentor, fue en la pira en la que di descanso a todos los orcos caídos. Allí tome su armadura, ya que ahora su sabiduría no me podía ayudar, que fue el único legado que dejo. Pese a que estuviese muy dañada, cuando me lanzaba al combate me protegía con más ahínco.
Mi madre recibe una misiva periódicamente para que sepan que sigo con vida. Así podrá leérsela a mi padre. Me alegro de haberle enseñado a leer, ahora podrá hacer lo mismo con mis nuevos hermanos. Las ultimas cartas de mi madre hablan de un nuevo caudillo, y que el reino que mi padre ayudó a crear se resquebraja cada día. Espero que no le suceda nada malo…

Algún día, tendré que contarle a mi hermana toda la verdad. Pero ella me recuerda ungido en gloria, y hasta que no la recupere, no cesare.

Y otra cosa que he aprendido, y Gruumsh me perdone, es que he de colaborar con otras razas para llevar acabo mi venganza.

Bien, parece que han sido decenas de años las que han pasado desde la última vez que escribí en este grueso volumen… pero pese a ello apenas han sido dos largos años. ¡Aaaah! Cuanto he de agradecer a mi querido Señor Tuerto esta voluntad férrea. En este lapso de tiempo he viajado mucho, hurgado en heridas que no terminan de cicatrizar y descubierto que sólo una fuerza pudo acabar con ambos ejércitos de aquel modo. Mucho he aprendido sobre ellos y cuanto más sé, más temo que lo que presencié fuera el castigo por la insolencia de un bravucón con demasiado poder.

Sí, he descubierto que los demonios de aquella noche eran eso, demonios… un buen grupo de unas criaturas llamadas “babau”, rápidas y sigilosas. Supongo que luego arrastraron a los supervivientes hasta algún punto, donde fueron llevados a alguna de las capas del Abismo y probablemente convertidos en manes o lemures… o quizá se apiadaran del grueso de los guerreros y les permitieran conservar su forma… aunque lo dudo, lo más probable es que no sea eso.

Saludos diario, seis largos meses desde la última entrada… que se caracteriza por su brevedad; espero que esta vez sea algo más concisa. Tras un profundo estudio de las escrituras y leyendas de mi pueblo y de algún otro, he descubierto que mi teoría del castigo divino es errada. Gracias Gran Padre por cuidarnos. Nuestro Padre puede ser estricto y llegar a castigarnos, pero no de esa manera, si no, ¿cómo aprendería la lección el ofensor? Pero estas reflexiones de teología no vienen al caso, así que, como clérigo de un dios vengativo, he de portar su venganza y la mía propia. Así tomo las armas, así comienzo una cruzada por la venganza, sin importarme el plano del que proceda esa criatura, mi lanza probará su sangre; hasta los archidemonios pueden sangrar.

Diario: Esta vez sí, esta noche he tenido unos extraños sueños. Cierto es que ansío la gloria y la victoria, pero estos sueños eran demasiado claros… Me veía al frente de cientos de guerreros portando la ira de El Que Nunca Descansa. Acaso mi señor me ilumina ahora que he descubierto la verdad, o es una simple jugada de mi mente. No, no debo suponer. Si me sumerjo en un mundo de fantasías, fracasaré en mi misión. Han sido unos días duros, es la falta de sueño.

Diario: Apenas han pasado unas semanas y los sueños cada vez se repiten con más frecuencia e intensidad. No me hace falta soñar con dirigir una horda para desear llevar a mis hermanos a la victoria, es algo que tengo claro que quiero hacer. Pero, ¿por qué mi mente parece no entenderlo?

Diario: Han trascurrido ya varios meses y esas ensoñaciones aumentaron de intensidad y disminuyeron de una manera bastante aleatoria. Pero hoy, en medio de mis oraciones matinales, vi el porqué. La ensoñación me golpeó con la fuerza de un martillo de guerra, esta vez vi cómo se abría el plano, ahí estaba yo en la batalla, al frente de un gran ejército, pero yo no lo guiaba, sólo lo ungía de la fe necesaria. Al frente, un orco de poderosa estatura nos guiaba, luchaba como un rey de leyenda, a cada uno de sus golpes caían varios enemigos. Creo que esto convierte los simples sueños de grandeza en una visión.

¡Oh! Han pasado ya unos meses, diario. He comenzado la búsqueda de ese campeón divino. Ha sido algo infructuosa, he derrotado ya una buena caterva de falsos pretendientes. Puede que me confunda en cómo debo seleccionarlo, pero desde que comencé mi busca las visiones han desaparecido. Bien, al menos ahora no viajo solo y un puñado de peregrinos viaja a mi lado. Es mucho más agradable y facilita los trámites con esos grupos de aventureros novatos que creen que orco es igual a monstruo estúpido, y deciden truncar nuestras vidas. Gracias a su participación, mis peregrinos han podido equiparse algo mejor.

Diario: Vuelvo a ti una vez más para dejar constancia de mis acciones y que, al menos, éstas no caigan en el doloroso olvido.
Un temporal y un terraplén embarrado nos condujeron a la antigua tumba de un rey orco. La regia construcción nos cobijó de la lluvia y el viento. Con algo de esfuerzo y guiado por algo que nublaba mi razón y respeto a mis caídos, abrí las puertas del túmulo. Un fuerte olor a podredumbre colapsó mi olfato, aun así, prendí una antorcha. Ante mi, los mosaicos de la vida de aquel antiquísimo rey se mostraron igual de vivos y ardientes que el día de su creación. Caminé por sus majestuosas salas, enterrado con sus hombres que cayeron a su lado. En runas resaltadas en oro se leía su gloriosa vida, cómo la envidia de los humanos lo llevó a la guerra una vez más y cómo su reino fue devastado y cubierto por la sangre de ambas razas. De cómo él y sus fieles guerreros lucharon hasta su último suspiro, para que unos pocos pudieran huir y así salvar el recuerdo de lo que fue el hogar de los hijos de Gruumsh. Esos pocos supervivientes cogieron los restos de su rey y en volandas lo condujeron al que sería su último hogar. Lejos de la tierra que amó, en la que vivió, por la que luchó y en la que atado a su estandarte, de pie y desafiante, exhaló su último aliento.

En ese momento como si de una maza se tratase tuve la visión de cómo llegar a su sepulcro, cómo evitar la infinidad de trampas… cuando volví a la realidad, me hallaba postrado ante el sarcófago del gran rey Krummnirg, El Grande. Con un título simple pero evidente fue enterrado este héroe de leyenda. Rápidamente te tomé, diario, y transcribí en las últimas páginas su historia. No sé cuánto tiempo pasó, pero sé que poco después de acabar, temblando de frío, sobre un charco del agua que me empapaba, al entrar en la tumba te cerré, alcé la vista hasta el rostro de piedra del sarcófago que se elevaba frente a mi, lo miré fijamente a los ojos y la antorcha se apagó.

Ahora la estancia se iluminaba tenuemente por la luz que emanaba un estanque de aguas cristalinas a mi espalda. Me erguí en silencio y caminé hasta su borde. No era muy profundo. En él, reflejando la azulada luz que emanaban las aguas, como deseosa de ser empuñada de nuevo, descansaba una lanza. A su vera, roído por la furia de la batalla, un estandarte. Con mi torpe mano interrumpí la calma de las aguas mágicas, cogí con fuerza el asta de ambos y los hice emerger. Mientras el aceitoso líquido resbalaba entre mis dedos, perdí de nuevo la consciencia.

Me despierto al día siguiente rodeado de mis peregrinos, febril, y con un frío que cala mis huesos, aún ahora agarro con fuerza las astas. Mis buenos peregrinos cargan conmigo por los maltrechos caminos. Los humanos rechazan ayudarnos o cobijarnos, la furia del invierno se desata sobre la que parecía una condenada compañía. Nos cobijamos en una cueva… el viento invernal ruge con ira fuera, una terrible nevada implacable amenaza con cubrirlo todo de muerte helada. Con mis pocas fuerzas y cerca del poco ardiente fuego, alzo una oración a mi patrón. "No me dejes que falle, dame la fuerza para acabar tu misión…" El frío comienza a nublar mi mente, noto cómo lentamente me deslizo por las astas de ambos objetos que siguen con firmeza entre mis dedos. Mi rodilla se hinca en el suelo, dos lastimeras lágrimas de amarga derrota recorren mi rostro. Entonces, y pareciendo que Gruumsh se apiada de mi y me permite morir en batalla, algo o alguien ataca el campamento. Por primera vez en días dejo a un lado el maltrecho estandarte.

Aferro con ambas manos la lanza, me alzo conocedor de mi destino, las mantas acarician mi espalda como los cabellos de la amada antes del adiós del amanecer, camino con paso firme. El viento hace que mi pelo ondee, noto cómo el frío metal del ojo de mi Padre se mueve levemente sobre mi pecho. El frío de la noche golpea mi rostro, trata de cortarlo como un centenar de cuchillos; aun así no es suficiente, mi nariz ya huele la sangre fresca de la refriega, cuando salgo de la cueva la luz de las hogueras proyecta mi sombra, mis pobres seguidores yacen derrotados, como el estandarte… El pequeño grupo de enanos se gira para encararme. Son robustos y bien equipados, apenas han recibido rasguños. Se abalanzan con sus hachas en alto. Alcanzo al primero, noto la cálida sangre salpicar mis manos. Cae sosteniendo sus tripas con cara de atónito dolor. Doy una segunda lanzada. El buen acero enano no puede resistir la potencia de mis enfermos brazos. Aun así, aferra mi arma, la desliza por su abdomen y trata de golpearme con su hacha para llevarme con él. Una patada lo hace retroceder. Mi arma vuelve a estar libre. Cojo por la cabeza al tercero y guío mi arma por su cuello. Mis piernas se tambalean, mis últimas fuerzas comienzan a extinguirse.

Un aullido, propio del joven guerrero, rasga la noche, me llena de fuerza. Si he de caer que sea sobre los cadáveres de mis enemigos. Dejo la trabada lanza en el enano y propino un cabezazo que deforma la protección nasal del yelmo enemigo. Éste cae de espaldas gritando de dolor. Derribo al último de ellos, con su hacha parto en dos el pecho del que cayó boca arriba, dejo que mi peso haga de presa, poniendo mis rodillas en los brazos del último enano, ahora a mi merced. Le quito el yelmo, descargo mis puños, primero hasta que duelen por el frío, luego por los golpes y paro cuando dejan de doler… dormidos por los huesos molidos.

El aullador de guerra corre hacia mí dejando a un lado su emotiva canción. A su lado, fuerte, alto y con pose arrogante un guerrero orco. Es veloz, llega antes de que me desplome. Aferrando su mano, sólo puedo decir:

-Ahora caigo sobre el mejor de los lechos: los cadáveres del enemigo derrotado.

Pero en mi rostro ya no hay lágrimas, sólo la sonrisa del que sabe que ha cumplido.

No sé cuanto tardé en recuperarme, pero me despierto cubierto de mantas, en una cálida cueva, una hija Luthik me había atendido todo este tiempo. Con más fuerzas que nunca, me pude reincorporar, rezar agradecido y evidentemente, agradecer al templo que me cuidase. Al poco conocí a los muchachos que salvaron mi vida y la de mis peregrinos aquella fría noche, que ahora queda tan lejos. Les conté mi causa y al parecer había acabado con un grupo de enanos que mermaban y guerrilleaban contra el templo y el pequeño poblado de su alrededor. No sé porqué, pero fui bendecido una vez más con más buenos seguidores, pero esta vez los hermanos Urg´narg caminaban a mi lado, un aullador de guerra y un valeroso berserker.

Fueron ellos los que me hablaron de unas lejanas tierras en las que los hombres odiaban a los elfos. Y así decidí dirigir mi búsqueda a esas tierras. No sin antes contar la historia del rey olvidado y remendar el estandarte para una nueva era de gloria para él.

Y así una vez más, los hijos de Gruumsh marcharon a hacer frente a su destino. Esto lo escribo desde el barco que nos lleva a la tierra donde los humanos parecen tener algo más de cordura.

¿Llevaré a cabo mi venganza?
¿Es el principio de una larga y lenta recuperación de lo que es nuestro?
No lo sé, sólo sé que mi benefactor quiere que viva al menos hasta la próxima batalla; sé que porto el orgullo del pasado de mi raza renovado. Y que el que ahora es mi acero brilla con la fuerza de la mirada de un señor de la guerra.

Temblad infieles, pues Thokk Sgriknack, clérigo de Gruumsh marcha a su inevitable victoria. Pues, consiga mi misión o caiga en ella, será la voluntad de mi Padre y Señor. Y morir en batalla sólo es un trámite para ir a su vera. ¿Qué más da el final de mi búsqueda si lo que importa es el querer llevarla acabo? Ésa es mi última revelación.

Thokk Sgriknack.

3 comentarios:

  1. ya la habia leido. Pero me ha gustado releerla. Como te dije para la partida. Me encató. Creo que te la curraste y todo coincide muy bien. Aunque deacuerdo con Teo. Cruel.

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  2. Buenas!
    Si fuera un guerrero sería más factible que pudiera colaborar (a mala gana) con otras razas, pero siendo un clérigo de Gruumsh, resulta poco creible. No creo que el dios tuerto permitiera a un clérigo de su fe mantener sus poderes después de haber colaborado estrechamente con un elfo, y mucho menos si lo continua haciendo más veces.
    Pero bueno, siempre hay que hacer un poco la vista gorda para que cada uno pueda llevar el PJ que quiera y adaptarlo al grupo, no?
    La historia me ha parecido genial, sigue con ello! ^__^
    Saludos, Eritreo - Maakel

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