jueves, 7 de agosto de 2014

Acatriel

            La verdad es que siempre he tenido un problema con eso de introducirme. Hacerlo por escrito no iba a ser una excepción, pero supongo que puedo empezar por mi nombre y luego ir hilando. Sí, parece lo más adecuado, aunque la disconformidad del lector es algo de lo que tendré noticia demasiado tarde.

            Mi nombre es Acatriel, mi familia vivía cerca de la ciudad amurallada de Cartener, pero hace mucho tiempo que tuvieron que marcharse de allí porque las huestes no muertas y, posteriormente, de demonios tuvieron a bien elegir ese emplazamiento para resolver su lid. Un mal lugar para vivir; el destino es peor que un sátiro y no desperdicia ocasión para reírse de uno.

            Cuenta mi madre que mi abuela siempre hablaba de un heroico paladín llamado sir Artimer que la había rescatado de las garras de un terrible demonio —Flamegal, creo que se llamaba— aunque ya era tarde y había sido violada por esa criatura. Poco después descubrió que estaba encinta del demonio, sola, ya que sir Artimer permaneció en Cartener luchando por su cuenta. Fue rechazada por sus antiguos vecinos y acabó dando a luz al que seria mi padre.

            Pese a los esfuerzos de mi abuela, el mal inherente en la sangre de mi padre lo llevó por un camino de crueldad; aprendió brujería y, junto a criaturas tan viles como él, comenzó a recorrer el mundo dejando una estela de sufrimiento. Mi abuela, que conocía los horrores del Abismo de primera mano, le iba a la zaga tratando de enmendar los daños causados.

            Todo pareció enderezarse cuando mi padre se enamoró de mi madre, dejó a un lado sus tropelías y comenzó a cortejarla. Vivieron años de cierta felicidad, pero el corazón de mi padre estaba forjado en las tinieblas y eso fue desgastando la relación. Trataron de arreglarlo teniendo una hija, mi hermana, que al nacer con sangre demoníaca los temores de los pueblerinos los llevaron a secuestrarla siendo ella un bebé. Cuando mi padre fue tras ellos, se produjo una trifulca donde dieron muerte a mi padre y, por accidente, a mi hermana.

            Para ese entonces, mi madre estaba encinta aunque no lo sabía. Fue rescatada por mi abuela antes de que la turba enfurecida prendiese fuego a su casa. Viajaron durante meses hasta el excéntrico reino no-muerto de Sabiul, donde mi aspecto no fuese a causarme problemas tan graves.

            Mi abuela, tras años viajando tras su hijo y ahora teniendo la calma de que su nieto estaría bien, se consumió rápidamente hasta morir en calma. Por su parte mi madre, que siempre tuvo facilidad para las lenguas, encontró trabajo en la casa de un lich llamado Oswaldo. Muchos de sus iguales se mofaban de él; era conocido como “el lich arrepentido” y su amor por los gatos no mejoraba la situación, que él ignoraba plácidamente.

            Oswaldo se convirtió en lich por amor para poder vivir junto a su enamorada eternamente, pero esta no solo no quiso acompañarlo, sino que lo rechazó. Es por eso que en parte se arrepiente de su decisión; quizás como resultado por su estado de no-muerto, quizás por ser un sentimental, nunca se repuso del golpe y, salvo por sus gatos, no deja que muchos se le acerquen.

            Mi madre trabaja como traductora de diferentes libros y textos, que Oswaldo —por dejadez— prefiere no traducir por sí mismo; también hace las funciones de secretaria llevando el inventario de su estudio y aceptando o rechazando los diferentes encargos de objetos mágicos o pergaminos.

            Desde que nací, Oswaldo siempre me ha tratado como a otra de sus mascotas, mostrando poco interés más allá que lanzarme una pelota para jugar conmigo; sí, como a sus gatos. Puede que crecer así sea la causa de que los gatos callejeros siempre se muestren solícitos a que los acaricie o, como mis cuernos, sea por mi herencia abisal; la verdad es que no me importa. El caso es que, según fui acercándome a la edad adulta, mostré una facilidad similar a la de mi madre para aprender idiomas y, sin un motivo claro, para el infernal.

            Así que, por lo de ahora, además de copista he sido el chico de los recados hasta los catorce; ahí descubrí mi primer gran amor, el acero. Me compré mi primera espada ahorrando duramente y entrené hasta desgastarla. Con el tiempo descubrí mi segundo gran amor, las mujeres, que entre rechazos me llevaron a mi tercer gran amor, la cerveza.

            Y entre ellos vivo; mis amores me meten en líos y mis amores me sacan de ellos. Ahora he decidido que voy a escribir un libro de aventuras en tono autobiográfico, donde los trepidantes duelos a espada den paso a alegres noches de amistad y, con fortuna, a alguna noche de pasión en alcobas de hermosas doncellas.

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