viernes, 17 de octubre de 2014

Transportista

            Las luces del velocímetro se iluminaban sucesivamente. La bestia V10 impulsaba el vehículo salvajemente. El juego de pedales, bajar una marcha y tomar las curvas mientras los neumáticos hacían saltar el agua acumulada en el asfalto; eso era vida. Su corazón latía con las revoluciones del motor mientras su melena ondeaba al viento.

            Le gustaba la acción y no sería la primera vez que su afición por las máquinas caras la llevaba a trabajar como transportista. No disfrutaba especialmente con la violencia, pero sabía disparar y apañárselas en una pelea; ser discreta y nunca preguntar más de lo necesario la convirtieron en una profesional.

            Su contacto la había citado para un nuevo encargo. Era puntual y un tanto estirado para su gusto, pero desde luego ambos formaban un gran equipo. Disfrutando de un buen café, hojeó un periódico desde sus gafas inteligentes. Cuando tuvo la información y la mercancía, se puso en marcha. Conectó la memoria a sus gafas y vio la dirección de entrega.

            Asegurándose de que nadie miraba, escondió el paquete en un doble fondo de su coche de trabajo y comenzó la ruta. Atravesaría el país, así que cargó los datos en el ordenador de abordo. El viaje era tranquilo, tras un par de paradas para comer e hidratarse alcanzó un hostal donde hizo noche antes de seguir.

            El día siguiente se truncó; la seguían. Trató de dejarlo atrás sin llamar la atención, mas todo se abalanzó sobre ella con creciente velocidad. Las calles eran estrechas y las maniobras se complicaron, hasta el punto que el otro vehículo provocó un accidente. De él se apeó un hombre bien pertrechado y, sin mediar más palabra, sustrajo la carga, ahora expuesta, del vehículo.


            —Gracias por el servicio —y le arrojó un sobre con dinero.

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