martes, 2 de diciembre de 2014

Diario de aventura

           Yo, Arem Holf, me comprometo a que todo lo narrado aquí es veraz y, si algo falta a ello, es porque he sido víctima de un engaño o mala interpretación de los sucesos.

Quinta jornada

           Tras un merecido descanso entramos de nuevo en aquel lugar horrible; los Guardias Grises nos negaron el acceso, pues decían que aquello era su responsabilidad —pobres ilusos, realmente creen que Heironeus es capaz de protegerlos, hicieron falta dos deidades mucho más fuertes para que sobreviviésemos, solo espero que su osadía no cueste vidas innecesarias— así que pusimos rumbo a la siguiente ruina élfica.

           Antes de continuar conviene que haga una importante anotación; Sarraceno y Mudo se nos unieron como refuerzos, mientras que Ausente decidió quedarse con los Guardias Grises —al parecer la experiencia cercana a la muerte lo había marcado de algún modo—.

           Nuestro nuevo objetivo era Rockaxe —capital de Enor y hogar de mi tío segundo David Faust—. Decidimos viajar por el oeste pasando por Muronegro; pese a que he vivido gran parte de mi vida en estas tierras no tuve la fortuna de visitar esta urbe, pero estaba en una de las partes más afectadas por la lucha con el dragón así que recorrimos una tierra desolada y triste hasta el casco urbano.

           La verdad es que la cosa no mejoró cuando entramos: edificios destruidos, otros abandonados y una población llena de expresiones tristes —los enorianos son recios, sin duda, pocos pueblos podrían conservar el orden tras pagar un precio tan alto—. Nos detuvimos allí a pasar la noche y a comer caliente; quien haya viajado alguna vez sabrá cómo se agradece una cama y un plato de comida caliente. Kincaid y yo buscamos un hospedaje, mientras Harald y el resto se perdían por la ciudad.

           Tras unas horas encontramos, además de un lugar donde comer, a un mago un tanto peculiar llamado Xian; Xian es un especialista en la identificación de objetos mágicos. Aunque como he visto en mis compañeros, la magia arcana corrompe la cordura de aquellos que la usan; un precio a pagar por quienes violan las leyes de la naturaleza.

           Una vez repusimos nuestras energías seguimos el viaje hasta la gloriosa Rockaxe, el viaje fue tranquilo, el calor del verano y sus días más largos lo hicieron algo más agradable. Ya llegando a la capital de Enor nos cruzamos con los Caballeros Azules, que patrullan los caminos y mantienen el orden en general —una clara señal de que el reino comenzaba a levantar cabeza—.

           Así llegamos a Rockaxe, una ciudad impresionante incluso en su peor momento; con la documentación que nos facilitó el Gremio de Aventureros pudimos flanquear sus puertas —no es de extrañar que sean tan precavidos con quien entra y sale de la ciudad—. Una vez dentro, mientras mis compañeros iban a sus quehaceres, me dirigí a casa de mi tío David.

           Tío David siempre ha sido un devoto del trabajo y de Pelor; estas ocupaciones lo han llevado a seguir soltero durante muchos años. Ahora, más que nunca, emplea sus energías en colaborando con el culto a Pelor para reconstruir las lineas comerciales. Además, es un gran anfitrión; estuvo encantado de acogernos en su casa.

           Allí conocí a Erika, una huérfana de la guerra, a la que tío David —predicando con el ejemplo, como buen devoto de Pelor— dio techo y trabajo en la casa. La verdad es que semeja adoptada, seguramente la ve como a la hija que nunca pudo tener. De hecho, no tardé mucho en tratarla como a mi prima; es de esas personas que se hacen querer, supongo.

           Una vez cumplidos los deberes familiares fui a la gran catedral de Rockaxe — eregida en honor de Pelor— a informar de que al día siguiente entraríamos a explorar las ruinas élficas que alberga su sótano. Luego disfrutamos de una generosa cena; Kincaid se mostraba inapetente y no paraba de hacer preguntas sobre una jovencita que trabajaba en el orfanato mientras esperaba ser ordenada en el culto a Pelor.

           Nos fuimos a dormir pronto, aunque sospecho que Harald estuvo hasta tarde hablando con Erika —supongo que quedó prendado de la larga melena roja de mi prima adoptiva—. Ya al día siguiente nos levantamos con calma, salvo Kincaid que madrugó para comprar flores para la joven del orfanato. Nos pertrechamos y nos presentamos en la catedral listos para actuar.

           Allí se nos unió un clérigo de Pelor —sé que son gente de corazón noble, pero no creo que esa persona fuese la adecuada para el trabajo— llamado Antonio. Entramos en las ruinas y al poco dimos con el portal; mas eso fue un terrible problema. Todos los protegidos por Odín o uno de sus hijos—véase todos menos Harald y yo, luego explicaré el pecado de Mudo— fueron abducidos por el portal.

           Harald se rodeó con una cuerda, que yo debía sostener, y trató un rescate a la desesperada, pero la fuerza con la que fue absorbido por el portal iba a arrastrarnos a los dos. Tomé una decisión difícil en una fracción de segundo; para algunos no es la más acertada por ser poco moral —según las gentes de corazón blando que adoran a dioses como Pelor—, pero sí la más sensata desde el punto de vista práctico.

           Solté la cuerda y lo hice porque era la única forma de poder ir en busca de refuerzos con los que rescatar a mis compañeros. Un sacrificio no debe hacerse en vano, sin un objetivo claro y mucho menos sin un fin elevado que obtener; lanzarme contra el portal solo serviría para estar atrapado con ellos y sin que nadie supiese que necesitábamos ayuda con urgencia.

           Antes de seguir haré un apunte; Mudo cometió un grave pecado, renegar de sus dioses en favor de Pelor —pese a las más que abundantes evidencias de que no era capaz de proteger ni a sus más fieles seguidores, como ya conté en la jornada anterior— por tan solo los juegos de luces que se veían durante el culto en la gran catedral, una polilla con forma humana al ojo de Odín.

           Me puse manos a la obra. Primero preparé un paquete con provisiones y una nota en la que anunciaba que estaba buscando ayuda para poder sacarlos de allí. Luego la hice pasar por el portal y escribí una carta diaria al Gremio de Aventureros solicitando ayuda para poder lidiar con el artefacto mágico fuera de control.

           Pasaron varias semanas sin respuesta alguna del Gremio de “Aventureros”. Por mi parte, traté de localizar a alguien con conocimientos sobre la materia, pero fui incapaz . La siguiente noticia que tuve de ellos me llegó desde el gremio; al parecer, alguien quería cobrar la exploración de las ruinas y se requería mi presencia en la sede para arreglar el asunto.

           Así que ensille mi caballo, até los de mis compañeros, cargué sus cosas en ellos y me dirigí a la sede gremial. Supongo que no tengo que explicar lo decepcionante que me resultó ser ignorado por quien se atavía con la superioridad moral de buscar una forma de enfrentarse contra el dragón.


           El recuerdo hace que me hierva la sangre, así que el desenlace de este bochornoso capítulo lo dejaré para la próxima jornada.

Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.

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