martes, 30 de septiembre de 2014

Diario de Aventura

            Yo, Arem Holf, me comprometo a que todo lo narrado aquí es veraz y, si algo falta a ello, es porque he sido víctima de un engaño o mala interpretación de los sucesos.

Primera jornada

            Tras varios días a lomos de mi montura y tomando la ruta más segura, pues viajar solo implica peligros, llegué puntual a la cita que ofrecía el Gremio de Aventureros. Allí, sobre un antiguo templo de Tiamat, se dispusieron un buen numero de mesas para que los aspirantes pudieran saciar su hambre y sed.

            En el centro, como corresponde, las personalidades ilustres charlaban agradablemente. Como es de rigor me acerqué a presentar mis respetos; allí Darren “el aventurero” mostró su generosa hospitalidad invitándome a compartir mesa con él y sus compañeros. La conversación fue de lo más gratificante y ambos intercambiamos historias; como es evidente, su amplia experiencia se hizo valer, lo que lo llevó a contar con humildad más de una docena de anécdotas de gran interés. Creedme si digo que quien lo escucha se queda pasmado por lo que dice.

            Finalizada la buena comida, Darren tomó la palabra —disculpad que no transcriba sus palabras, pero no me pareció correcto en el momento—. Nos resumió que esta iniciativa era una de los muchos planes de contingencia en caso de que el dragón rojo volviese. Nuestro objetivo consistiría en explorar antiguas fortalezas élficas y en ellas localizar una serie de portales. Luego se dio paso a unas sencillas preguntas y pruebas mágicas para separar a los capaces de los advenedizos.

            Temerosos de que mi noble cuna fuese un impedimento para el trabajo sucio del aventurero se me preguntó si realmente creía que aquel era mi lugar. Lejos de verme molesto —se ha de comprender al vulgo— dejé clara mi más que sincera disposición. Después me aproximé a un aguerrido norteño —dado que dar nombres de plebeyos confundirá al lector, los he bautizado para facilitar su reconocimiento— que afirmaba ser un elegido del mismísimo Odín. ¿Qué puedo decir? Era una clara señal de que junto a él los dioses nos mirarían con mejores ojos.

            El siguiente en unirse a la compañía, que el Elegido y yo creímos adecuado formar por buenas gentes de Orenheim, fue un bardo —Scalda a partir de ahora— que pudiese narrar de la forma adecuada nuestras acciones. Aquí nos separamos para cubrir un mayor terreno en la búsqueda de compañeros; a decir verdad no encontré a nadie adecuado para lo que buscábamos.

            A mi regreso se había formado un pequeño grupo que atrajo la atención de un mancebo empolvado, esa clase de hombre que disfruta aireando los dolores del orgullo ajeno, quien buscaba avergonzar a todo aquel que veía. Como es evidente, no tuvo nada que decir de mi persona, el Elegido o el Scalda, pero sí vertió entre exageraciones lo que pretendía que fuese una humillación pública. Esto me pareció insoportable y me vi obligado a invitarlo a buscar otro público. Viéndose apabullado por la fuerza de mis palabras y —digámoslo— la presión del grupo, se plegó como quien era y desapareció con su molesta charla.

            Estos hechos parecieron formar lo que sería el grupo con el que compartiría campaña; un siervo de Pelor expulsado de su templo por herejía —sospecho que su mayor delito es tener una mente muy alejada de la realidad, así que lo llamaré Ausente— un semiorco al que llamaré Bravo, pues fue capaz de romper sus cadenas de esclavo y parece salido de alguna verbena.

            Ya que esto fue demasiado sencillo, los problemas no tardaron en llegar, un semielfo de muy al sur —Sarraceno lo llamé— trató de engatusarnos. Poco o nada tardamos en descubrir que, en realidad, se trataba de un elfo. Pese a mi consejo, el grupo consideró que era más seguro tenerlo vigilado; si se me pregunta, diré es una idea nefasta.

            Cuando nos disponíamos a seleccionar en el mapa la primera fortaleza, ya decididos por la única de Orenheim, una daga se nos adelantó. Un hombre parco de palabras —dejémoslo en Mudo— la reclamó para sí. Un misterioso cuervo recogió su arma y se la llevó.

            La señal era tan evidente que hasta el Bravo fue capaz de verla; aquel silencioso individuo debía formar parte de la campaña y de esta aventura.

Nota: La idea original, así como los personajes que no son Arem no me pertenecen. Esto la adaptación de una partida de rol.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Leona Azul

            Los pulmones le abrasaban el pecho debido al esfuerzo; su nariz y su boca estaban atascados por la mezcla de polvo y humo. De no ser por la adrenalina corriendo por sus venas se desplomaría por el cansancio, el dolor de sus heridas o simplemente porque sus músculos se rendían.

            Con un bufido ensartó a otro infante, que se abalanzaba sobre ella, con su martillo de Lucerna. La sangre que lo empapaba le jugó una mala pasada y el arma se fue tras el cadáver, cayendo desde lo alto de las murallas en las que luchaba por su vida.

            Echó mano a su espada; otro de los asaltantes terminaba de subir resoplando por el esfuerzo. Lo agarró por la nuca y, según desenvainaba, le golpeó la nuez con el pomo de su arma. Ahogándose en su propia sangré lo arrojó con un gesto seco, por otra de las escalas subía otro atacante.

            Ya con su hoja en las manos la alzó y la hizo girar sobre su cabeza, con un cambio brusco de dirección burló la guardia de su rival golpeándolo en el cuello. Luego imprimió fuerza deslizando el filo por la carne, cortó hasta el hueso y lo apartó de una patada; una fuente roja brotó de la herida.

            El espaldar de su armadura la salvó de una punzada traicionera. Con una mano aferró la hoja de su arma y con la cruz de esta lanzó a quien osaba apuñalarla. El grito de horror precedió a los restos del cuerpo esparcidos por el suelo.

            Y entonces lo vio; aquel conde que los asediaba luchaba con sus tropas para alentarlas. Arremetió con su acero. Desprevenido y sin escolta fue empalado de parte a parte.


            Luego, la cabeza cortada del conde aferrada entre sus dedos los puso en fuga.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Vendetta

            La paredes tenían una pátina de agua que corría por ellas para transformase en un arroyo. Había llovido todo el día hasta el punto de desbordar los desagües de la ciudad y, ahora, a la noche era difícil caminar sin empaparse. Algo que acabó por calar hasta los huesos a Luther, quien se cubría con su sombrero de ala ancha y el cuello de sus ropajes.

            Durante meses había juntado pistas para seguir el rastro de aquellos villanos, y hoy su acero traería la justa retribución. Se deslizó entre los soportales de aquella tierra de días tempestuosos, pasó cerca de una tasca que irradiaba calor y las risas de quien bebe en buena compañía. Resistiendo la tentación de calentarse, comprobó su pistola; como temía, inútil por la lluvia.

            Se acomodó los guantes hinchados por el agua y terminó de subir la calle, giró a la derecha y buscó el portal número siete. Tal y como esperaba, grabada discretamente en el quicio de la puerta, se encontraba la rueda dentada de aquella pérfida secta que había dado muerte a su mejor amigo y lavado la mente de su familia. La habían manipulado tanto que hasta su hermano lo hirió.

            Sin embargo, hoy acabaría con todo esto. Sería un paria para los suyos y no volvería a ver a sus hijos e hijas, pues ese era el precio a pagar por protegerlos, mas lo pagaría gustoso; su futuro era el mayor de los tesoros.

            Con cuidado se deslizó en la casa y subió por sus escaleras. Cuanto más se adentraba en aquel edificio más frío notaba y más densa se volvía la oscuridad.


            Abrió la ultima puerta, aferró y giró la funda de su sable para desenvainar como el oficial de caballería que era y se lanzó a salvar las almas de los suyos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Arem "Norteño" Holf

            Arem Holf, hijo de Niets “Frodi” Holf y Sonje “Streki” Faust. El cuarto de siete hermanos, de lacio pelo rojo como su madre y de ojos verdes como su padre, levanta del suelo seis pies y una pulgada, pesando ciento cincuenta libras.

            Formado por su padre en el culto a Tyr durante la niñez en Orenheim. A la edad de nueve años, su familia se muda a Enor para estrechar lazos entre los Holf y los Faust. Allí, viviendo en la casa de su tío materno Arnaldo Faust, prosiguió su devoción.

            Entre los hombres de Arnaldo se encontraba un sargento conocido por entrenar a buenos espadachines, así que tan pronto fue capaz de empuñar el arma de entrenamiento comenzó su aprendizaje en el arte de la esgrima.

            A la edad de quince años sus estudios tanto en metafísica, teología e historia comenzaron a solaparse con otros más prácticos sobre cómo tratar heridas y enfermedades, junto con sus obligaciones diarias que lo entrenaron en la negociación.

            Al cumplir los diecisiete ya había visto cómo sus hermanos y hermanas mayores habían sido comprometidos con familias de diferentes regiones para garantizar un fructífera línea comercial. Con ese gran proyecto sellado, Arem quedó libre de compromiso. Pudo emplear más tiempo en el camino de la espada y en su devoción hacia Tyr, lo cual derivó en largas noches de sueños inquietantes que no sabía interpretar. Niets, su padre, pese a ser muy sabio, no lograba responder las preguntas de su hijo.

            Preocupado, acabó por recurrir a un sacerdote local, el cual rendía culto a San Cuthbert. En un acto de buena fe, el padre Ubaldo, trató de reconducirlo a su credo, pues pensaba que un dios lo reclamaba como servidor y no tomaba en serio a los dioses de Orenheim.

            Arem no tardó en darse cuenta y abandonó la tutela del padre Ubaldo. Resentido, ensilló un caballo y se retiró a una cabaña donde se refugiaban los Faust durante la época de caza. Allí padeció fiebres y alucinaciones en las que Tyr lo tomaba como su heraldo.

            Tras la experiencia mística se sucedieron dos largos años en los que cada noche las visiones le roban el sueño. Con el tiempo aprendió a interpretarlas y con ello a canalizar la voluntad del poderoso Tyr. Al final de aquellos años era capaz de lanzar los conjuros más simples.

            Cuando cumplió los veinte, y tras insistir mucho a Niets, volvió a Orenheim. Allí buscó un templo en honor a Tyr donde terminó su formación como clérigo, pero tan pronto como hubo abandonado el templo los asuntos familiares lo reclamaron.

            Una de sus hermanas, Nysse, había sido ofendida por uno burgueses que usaban la linea comercial y ahora Arem debía solventarlo, la situación derivó en dos meses de reyertas que muchas veces terminaban en duelos de honor que le valieron más de un hueso roto.

            Para cuando se acercaban sus veintidós primaveras su hermano mayor y primogénito, Niklas, lo puso al mando de unos mercenarios para que pacificase una zona de ruta con muchos bandidos. Dado su éxito también acabó cobrando diversas deudas para la familia.

            Unos meses antes de su veintitrés cumpleaños recibió una carta de su abuelo Torolf “Gamli”, en la cual se le comunicaba que los Holf y Faust esperaban que derrotase a la princesa Brumdir en el duelo a bastón y poder así contraer matrimonio con ella.

            Consciente de lo humillante que resulta ser derrotado en tal duelo, comenzó a redoblar sus entrenamientos, hasta que un día supo que el Gremio de Aventureros necesitaba gente para una búsqueda.

            Viendo una oportunidad de traer gloria a su familia, mejorar sus habilidades y, con suerte, encontrar algún objeto que lo ayudase a sobrellevar los terribles bastonazos de la princesa Brumdir, ensilló su caballo y tomó sus pertrechos, armas y armadura para poner rumbo a la cita.

            Años rodeado de usureros, sacerdotes que miraban mal a su patrón y cerca de tres años viajando espada en mano le han valido una personalidad agria, mientras que su ego se ha visto crecido por su elección divina y ser quien arregla los problemas familiares.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Espera

            Los cristales estaban empapados por los dos lados, la lluvia y la condensación se repartieron el trabajo como buenas compañeras. Sobre el vaho se dibujaban largas tiras, como lágrimas, cuando una gota se precipitaba a recorrer la vertical. Fuera los rayos del sol se rindieron tratando de atravesar la barrera de humedad y dejaron paso a los neones nocturnos.

            La habitación estaba iluminada por la televisión, la luz bajo la puerta y los cigarrillos. Los cigarrillos, que se habían apretado en las cajetillas, ahora transformados en colillas, se apilaban en un cenicero humeante. Flotando en hielo derretido, una botella vacía dejaba salir el olor a whisky barato que se mezclaba con el del tabaco y sudor del espectador del monitor.

            Un crujido alertó al espectador, adormecido por la bebida. La puerta se abrió inundando la estancia con luz que lo cegó. Se cubrió el rostro con una mano, mientras con su lengua seca balbuceaba algo incomprensible; en la comisura de sus labios se formaron hilos de saliva blanca y en su garganta un gruñido que se transformó en protesta.

            En la puerta se recortó una silueta humana que permaneció allí un buen rato. Mientras, la diferencia de temperaturas entre las dos estancias comenzó a equilibrarse; dejando que el aire circulase por la puerta, la densa humareda se fue disipando. El espectador acabó por apagar el televisor y miró a la silueta mientras sus ojos terminaban de adaptarse a la claridad.

            El silencio se volvió más tenso y el espectador comenzó a perder la calma frente a la silueta. Se puso en pie y tropezó con el vaso vacío del suelo. Fue hasta la ventana para abrirla, el aire frío de la noche le aclaró las ideas. Era la hora, caminó hacia la luz y siguió a la silueta.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Navegar

            Otro vez el mismo debate; no paraba de recibir notificaciones y cada comentario era menos interesante que el anterior. Así que opto por cerrar la ventana del navegador y buscar algo que ver. Escribió de memoria la dirección, revisó las novedades sin muchas ganas y acabó denunciando un capítulo falso. Otra vez lo mismo.

            Abrió otra pestaña con Google y comenzó a buscar un nuevo fondo de escritorio; quería algo de fantasía, pero estaba cansada de tanto unicornio y pegaso, comenzaba a detestar la incapacidad de ser original de algunas personas. Probó a buscar cuatro o cinco criaturas menos manidas hasta que encontró una buena. Abrió otra pestaña.

            Leyendo los comentarios del autor descubrió una curiosa leyenda acerca de la criatura fantástica. Comenzó una larga búsqueda por la red que puso a prueba sus conocimientos del inglés. Según profundizaba en la investigación, más turbios se volvían los portales que consultaba, pero el tema la atrapaba tanto que continuó leyendo.

            Ya no hablaban de fantasía. Por inercia continuaba indagando; el tema había cambiado hasta tal punto que poco o nada tenía que ver con aquella criatura o una leyenda curiosa. Las horas se sucedieron y comenzó a caer la noche, comenzaba a estar cansada pero sentía que dentro de poco descubriría algo importante, ya no hablaba de fantasía.

            El sueño comenzó a ganar terreno; ella lo combatió con café, pero absorbida por esa búsqueda el cansancio se fue acumulando y finalmente la venció.

            Se notaba flotar, un ruido distante pretendía despertarla, pero su cuerpo ya estaba paralizado y con los ojos entreabiertos comenzó a alucinar, pero se notaba flotar.

            Seres encapuchados se la llevaban en sus alucinaciones. Hasta podía sentir sus manos apresándola; incluso sintió el frío del cuchillo ritual antes de dormirse profundamente.