domingo, 3 de mayo de 2015

Jubón dorado

            —¿Es esto lo que buscabas con tanta ansia? —el hombre dejó caer a sus pies el jubón bordado en oro; su voz demostraba amargura.—. ¿Te das cuenta de que no merece la pena? ¿Cuánta sangre vas a derramar?
            —La que sea necesaria —Sigmund mostró sus colmillos y llevó su mano enguantada al pomo de su arma—. Ahora apártate, tengo mucho por hacer.
            —Sabes que no puedo, solo te pido que ceses tu matanza.
            —Sabes que no puedo —Sigmund desnudó su acero.

            El otro hombre lanzó una rápida oración a su dios y con un gesto encantó su arma con rayos. Del filo comenzaron a saltar arcos voltaicos sobre las superficies de metal. Con dos rápidos pasos se lanzó sobre Sigmund en un larguísimo fondo que se vio desviado por media pulgada.

            —Necesitarás algo más que eso —el vampiro sonrió de lado.

            Sigmund, con un giro de muñeca, atrapó el arma enemiga con los gavilanes de la propia, estiró el brazo y dejó que la punta de su arma se hundiera lentamente en el hombro de su adversario.

            —Ni los rayos, ni el honor de tu dios salvará tu vida hoy, serás mi banquete —dijo mientras seguía clavando el acero en el herido.

            Espoleado por el dolor, el hombre jugó una baza arriesgada. Liberó su arma dejando que ensartaran su hombro y deslizó la afilada espada sobre el pecho de su enemigo.

            —¡Crakaboooom! —restalló el hechizo al ser descargado lanzando a los dos contendientes por el aire.

            Sigmund se levantó con cara de resignación y dejó un hueco en su guardia, guiñó un ojo y llamó con la mano a su rival. El hombre, herido pero no derrotado, se lanzó a por el vampiro que simplemente dejó que el acero lo empalase.


            —Deberías saber, que pese a que me duele, eso no me detendrá —Sigmund mostró sus colmillos. Con su fuerza sobrehumana agarró al hombre con la mano libre y con su arma atravesó a su adversario—. Como dije, solo eres mi cena.